Imagen tamaño natural de San Martin de Porres, realizado en
madera de cedro real, policromado al óleo.
Perteneciente a la Archicofradía del Rosario de la ciudad de
Salamanca.
Martín de Porres o Porras fue hijo de un noble burgalés,
caballero de la Orden de Alcántara, Juan de Porres (según algunos documentos,
el apellido original fue Porras) natural de la ciudad de Burgos, y de una negra
liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá que residía en Lima.
Se formó como auxiliar práctico, barbero y herborista.1 En
1594, a la edad de quince años, y por la invitación de Fray Juan de Lorenzana,
famoso dominico, teólogo y hombre de virtudes, entró en la Orden de Santo
Domingo de Guzmán bajo la categoría de «donado», es decir, como terciario por
ser hijo ilegítimo (recibía alojamiento y se ocupaba en muchos trabajos como
criado). Así vivió nueve años, practicando los oficios más humildes. Fue
admitido como hermano de la orden en 1603. Perseveró en su vocación a pesar de
la oposición de su padre, y en 1606 se convirtió en fraile profesando los votos
de pobreza, castidad y obediencia.
De todas las virtudes que poseía Martín de Porres sobresalía
la humildad, siempre puso a los demás por delante de sus propias necesidades.
En una ocasión el Convento tuvo serios apuros económicos y el Prior se vio en
la necesidad de vender algunos objetos valiosos, ante esto, Martín de Porres se
ofreció a ser vendido como esclavo para ayudar a remediar la crisis, el Prior
conmovido, rechazó su ayuda. Ejerció constantemente su vocación pastoral y
misionera; enseñaba la doctrina cristiana y fe de Jesucristo a los negros e
indios y gente rústica que asistían a escucharlo en calles y en las haciendas
cercanas a las propiedades de la Orden ubicadas en Limatambo.
La situación de pobreza y abandono moral que estos padecían
le preocupaban; es así que con la ayuda de varios ricos de la ciudad - entre
ellos el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, IV Conde de
Chinchón, que en propia mano le entregaba cada mes no menos de cien pesos - fundó
el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y
limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.
La personalidad carismática de Martín hizo que fuera buscado
por personas de todos los estratos sociales, altos dignatarios de la Iglesia y
del Gobierno, gente sencilla, ricos y pobres, todos tenían en Martín alivio a
sus necesidades espirituales, físicas o materiales. Su entera disposición y su
ayuda incondicional al prójimo propició que fuera visto como un hombre santo.
Aunque él trataba de ocultarse, la fama de santo crecía día
por día. Fueron varias las familias en Lima que recibieron ayuda de Martín de
Porres de alguna forma u otra. También, muchos enfermos lo primero que pedían
cuando se sentían graves era: «Que venga el santo hermano Martín». Y él nunca
negaba un favor a quien podía hacerlo
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